texto curatorial
Valeria González
Si el desierto avanza, sembremos más
Romina Orazi es artista y partícipe activa de la cultura libre. Sus obras, declaradas bajo el estatuto de copyleft, suelen cobrar la forma de dispositivos para ser usados, apropiados, copiados, multiplicados. Refugios y viviendas nómades o adaptables, así como la siembra de especies vegetales en espacios marginales o inhóspitos, actúan como metáfora de la vida que prolifera, empecinada, aún en medio de la adversidad.
Romina repudia el valor de la originalidad (propiedad privada de los recursos) tanto como estima el de la autenticidad (el deseo que motoriza su uso o apropiación). Mide el éxito de sus proyectos por su capacidad de contagio. No le interesa el arte como espacio de reproducción de poder, sino como instancia de disponibilidad de potencias.
Todo esta dado, dijo Duchamp, y volvió a inventar la rueda. También dijo que artista es el que puede hacer esa mínima pero fundamental diferencia que separa una copia de otra. Ya no sería relevante la vieja idea del arte como creación genial sino la capacidad de toda subjetividad de sostenerse en un mundo dominado por máquinas de repetición de información.
Spinoza distinguió la risa irónica, que goza de señalar la miseria humana, de la risa ética, que celebra aquello de lo que el género humano es capaz. Recientemente, ha sido impugnada la decisión de un jurado de premiar a Romina Orazi por su proyecto de intervención específica “Vivienda Móvil”, a causa de las denuncias de plagio reproducidas por medio de Internet por una serie de actores del campo del arte. Habría que preguntarse qué validez puede tener hoy un concepto de plagio que comenzó a debatirse hace por lo menos un siglo. En todo caso, lo que está en juego aquí no son los errores, fallidos o negligencias que un artista pueda cometer en su obra, sino bajo qué criterios queremos habitar juntos, al menos el mundo del arte.
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