texto curatorial
La obra de Andrés Sobrino introduce la paradoja de la intuición en la genealogía vernácula del arte concreto. El entorno urbano es su fuente más eficaz de inspiración. En sus obras las figuras geométricas son predominantes. Distinguidas y de un brillo seductor, se posan sobre la superficie del plano donde uno puede encontrar rectángulos, líneas que se entrecruzan, cuadrados o rombos. Su uso de materiales naturalmente relacionados con la industria permiten que la evidencia de la mano del artista sea casi obsoleta. Aún así se percibe la calidez del hacer artesanal que Andrés deposita en cada una.
A Sobrino le interesan los elementos básicos de la pintura: la luz (el color) y la forma (la geometría), buscando sus límites, explorándolos con obsesión para volcarlos en soportes de construcciones de sistemas y programas de orden racional. La economía de recursos en sus obras, el uso de materiales industriales y el color no manipulado dan un mayor grado de síntesis y libertad a sus principios de ordenación constructiva. El artista ahonda meticulosamente en la forma y el color, en la conformación de símbolos, signos y señales, los cuestiona y pone en evidencia su inmenso poder simbólico y pregnante. La sutileza y la multiplicidad de combinaciones cromáticas son una constante en su obra. Las variantes se multiplican, la obra no se acaba, recreándose en función a cada situación de exposición. De allí lo crucial de la intuición de Sobrino que, como un editor permanente, despliega con acierto la acción de las formas en el espacio vacío de cada montaje; siendo allí, particularmente, donde se introduce su subjetividad.
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