texto curatorial
Jimena Ferreiro
El fuego que hemos construido
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial –relata Georges Didi-Huberman– Aby Warburg hizo de sus múltiples investigaciones en el campo de la historia del arte una herramienta para intentar entender el conflicto, y de ese modo reunió un archivo demencial de documentos –“una especie de museo de la guerra”— donde comprendió que había vínculos muy estrechos entre la producción de las imágenes y la destrucción provocada por los hombres2.
Matilde Marín comparte una obsesión semejante, aunque formulada de un modo diferente. Su obra, tan prolífica como austera, gira en torno a una preocupación latente e insistente que atraviesa todo su trabajo. La memoria del hombre y sus modos de existencia hilvanan su producción, y tal vez por esa razón toda vez que se le pregunta sobre la utilidad del arte, responde sin dudarlo, que el rol del artista radica en ser “testigo”. Estar allí, ser narradora del tiempo presente y del vestigio del pasado, una tarea para la cual las imágenes se vuelven sus aliadas ominosas.
Desde 2005 Matilde reúne evidencias en un work in progress construido a partir de recortes de cientos de fotografías de humo aparecidas en la prensa gráfica, con sus respectivas leyendas: “Basta leerlas para tener una visión global de nuestro tiempo convulso”, señala 3. Finalmente cuando logró divisar un cuerpo considerable pudo advertir que “el humo estaba internamente ligado a la guerra, a los desastres ambientales y pocas veces a momentos gratos. Recorté muchos de ellos, y como siempre hago, una vez que tuve madura la idea, entonces comencé a trabajarla” 4. Lo que siguió fue una larga odisea de una obra que fue encontrando en su deriva sucesivas materializaciones. De este modo, Cuando divise el humo azul de Ítaca, se transformó en libro de artista en su primera versión, que también contiene una pieza musical compuesta por Marta Lambertini, para el cual José Emilio Burucúa agregó textos históricos, y que fue presentado en el Centro de Experimentación del Teatro Colón en 2012. En el contexto de la feria arteBA de 2016, se incorporó un video sobre la implosión de la fábrica 53 de la Eastman Kódak Company donde se producía la película para cámaras analógicas: “el final de una época, sin duda”. También se exhibió en el marco de su exposición antológica en 2017, donde el video de la Kódak se espejaba en una gran imagen de humo sobre pruebas nucleares en el pacifico5. Finalmente, en abril de este año la serie fue exhibida en la XIII Bienal de La Habana donde trabajó con las portadas de los periódicos, en una selección de eventos que incluyen registros de la amenaza climática frente a la polución de CO2 de la central eléctrica de Belchatow en Polonia; la explosión nuclear en 1971 en el atolón de Mururoa en la Polinesia Francesa; la fractura del golpe militar de Salvador Allende en 1973 en El Palacio de La Moneda; la devastadora ola de incendios que arrasó el Peloponeso en 2007; el indiscriminado abuso de recursos naturales en el Amazonas durante los últimos 20 años; o las recientes nubes de cenizas del volcán islandés Grímsvötn. “Cicatrices contemporáneas que Matilde Marín retrata” 6.
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Mientras escribo este texto todavía sobrevuelan los cielos de la región las cenizas de los incendios criminales del Amazonas, algo sobre lo cual Matilde nos advertía en su obra. Basta repasar los registros de las múltiples puestas de Cuando divise el humo azul de Ítaca, para descubrir que la inminencia de la catástrofe ecológica ya estaba allí, así como el señalamiento de la crisis humanitaria, entre otros episodios cruciales de la historia reciente. “La fotografía me facilitó el registro social y la posibilidad de documentar la naturaleza y editarla” 7, reflexiona la artista señalando que el paso de la mano al ojo (o mejor dicho, del grabado a la fotografía), amplificó su campo de acción y la intensidad de sus investigaciones. Sin embargo, aunque la coyuntura se hace presente en su obra volviéndose un imponderable, Matilde desarrolló la destreza para que su arte se ubique más allá del acontecimiento. Y es por ello que además de referir a los desastres, estos humos se abren como un umbral en búsqueda de otros sentidos. El humo escapa a la medida, es inconmensurable y deforme como un fantasma en el espacio; es ancestral y enigmático, predictivo y adivinatorio como el vuelo de los pájaros, el sonido de los cuencos o el rodar de las piedras. El humo que provoca el fuego es también depuración y sanación, castigo y mal augurio. En esta cadena de significantes está pensando Burucúa cuando recuerda que: “Del pasado nos llegan, sin embargo, otras experiencias del fenómeno, desde su manifestación en el sacrificio de las grandes religiones, acto sagrado por antonomasia, hasta su valor metafórico que aludió alguna vez a la acción del amor y de la ira en el fondo del alma” 8.
El fuego es también todas las hogueras donde ardieron las mujeres insurgentes, las matanzas de Napalm provocadas por el ejército norteamericano en Vietnam (un destino que Marín conoció en sus tantísimos recorridos de artista viajera donde también produjo obra) y la destrucción de los malones en la guerra por expansión de la frontera del Estado argentino (justamente en la Patagonia que tantas veces visitó la artista). El humo es tierra arrasada pero también señal de esperanza. No es casual que el título haga referencia al humo azul de Ítaca –la ceremonia del retorno del héroe en los poemas homéricos—, donde humo significa promesa (“cuando divise”, dice en modo condicional). Una celebración que se volvió más poética y caprichosa por un error de traducción que aplicó el adjetivo de azul allí donde no estaba en su versión original. Gran favor para la historia de las imágenes y para estas crónicas que organizó Matilde Marín que nos permiten pensar aquellos humos con otras cualidades. La nostalgia es blue y la tristeza es estar fuera de casa. El destierro de Odiseo y el periplo de 20 años hasta regresar a su tierra también actúan de fondo en Cuando divise el humo azul de Ítaca. El extrañamiento es un proceso que revela una distancia alienante y enloquecedora; pero pensándolo mejor, la práctica artística es en sí misma un desgarro porque irrumpe conmocionando el orden cotidiano. Aldo Pellegrini decía que la desmesura de los sentimientos coloca al poeta, al igual que al criminal, por fuera de la ley 9. Las imágenes que invoca Matilde Marín contienen la furia y el enigma de todos los tiempos, tal vez porque el fuego sigue siendo una de las más esenciales y cautivantes, que nos recuerda que la destrucción es génesis del arte, en una perpetua dialéctica de aniquilación y redención. Cuando el fuego crezca, quiero estar ahí.10
Buenos Aires, septiembre de 2019.
1 “El fuego que hemos construido” es la última canción del disco La Dinastía Scorpio (2011) de la banda El mató a un policía motorizado.
2 George Didi-Huberman, “La exposición como máquina de guerra”, en Minerva, Madrid, 2010.
3 Correspondencia con la autora, Buenos Aires, 17 de julio de 2019.
4 Marcela Costa Peuser, “Matilde Marín, Artista invitada a la Bienal de la Habana”, en arte on line, 25 de abril de 2019.
5 Arqueóloga de sí misma, curada por Adriana Almada en el Espacio de Arte de la Fundación OSDE.
6 Texto de sala, XIII Bienal de La Habana, 12 de abril-12 de mayo de 2019.
7 Fabián Lebenglik, “Fotografías de una condición viajera”, en Página 12, Buenos Aires, 27 de junio de 2017.
8 En Matilde Marín, Cuando divise el humo azul de Itaca, Buenos Aires, Edición Kontemporánea Proyecto de arte, 2012.
9 Aldo Pellegrini, Fundamentos de una estética de la destrucción (1961), citado en Andrea Giunta, “Destrucción-creación en la vanguardia argentina del sesenta. Arte y política. Mercados y violencia”, en Razón y Revolución, nro 4, otoño de 1998.
10 “Yo caníbal”, canción de la banda de rock Los redonditos de ricota, incluido en su disco Lobo suelto, cordero atado Vol. 2 (1993).
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