Luciana Rondolini · 15.02.2018 - 15.04.2018

Fin

texto curatorial

Melisa Boratyn

Fin

Durante mucho tiempo Luciana Rondolini planteó y cuestionó el valor de nuestros íconos culturales, la fama, los ídolos y por qué no a las personas. Cómo y de qué forma otorgamos determinados esquemas y significaciones a la imagen que la industria de la moda y el entretenimiento orquesta maléfica y brillantemente para generar en nosotros un sentimiento de deseo e idolatría.

Para esta experiencia las consignas planteadas fueron dos, la necesidad de exploración por medio de la obra, alejándose del formato tradicional, para experimentar con la materia, y la manipulación del espacio desde un ángulo más arriesgado y desafiante.
Por otro lado está el sentido frente a lo que Luciana crea. El enunciado radica en restablecer una crítica hacia un postulado mayor ¿Qué sentido tienen los dogmas y las estructuras que nos imponen? ¿son igual de efímeras que los objetos de consumo o las figuras impuestas como moda?

Muchas veces frente a la política, las religiones o una publicidad de Dior nos comportamos de la misma manera. Ellas supuestamente nos amparan y dan un marco de resguardo y seguridad, un camino que seguir, asentándose como firmes y certeras, principios innegables. Sin embargo también son manipuladoras y generadoras de falsas ilusiones. Los estados, las instituciones o cualquier ente regulador cuando está vacío pregona fundamentos y promesas que esperamos con desesperación nos salven. Sin embargo señoras y señores, lo más sensato es entender que al final del día, al alejarnos de la vorágine, los mandatos y los cientos de estímulos que no llegamos a procesar, estamos solos. Este es el momento para aprender a valernos por nosotros mismos, asentar la espiritualidad y ser autoconscientes.

Estas últimas palabras se ven reflejadas en uno de los tantos extractos que Luciana me envió a modo de referencia, frente a lo que pensaba que quería transmitir con la obra que estaba gestando gracias a esta nueva exploración. El ida y vuelta frente a la decisión de ponerle palabras a un recorrido estético y teórico de un artista no es tarea fácil ni siempre necesaria. Sin embargo puede ser un proceso enriquecedor que aporta una capa más al resultado final, generando la necesidad de indagar en el interior de las obras para intentar comprender lo que se encuentra detrás de lo que brota sin detenerse de sus manos y su mente.

Porque si bien el trabajo de Luciana parece concentrarse en la superficie, abundante, recargada y mordisqueable, la misma va mucho más allá, naciendo de lo más profundo de las entrañas, de aquello que no vemos y aún así percibimos latente como el fin que se avecina. El secreto se encuentra en el interior de aquellas frutas abrillantadas que su pudren, el enduido que desciende, la máscara que se derrite, cayendo por su propio peso o la mano creada a partir del accidente que busca desprenderse con desesperación. Es sólo cuestión de esperar a que la verdad estalle frente a nuestras caras.

Quizás entonces llegue el fin, uno que si bien no hay que esperar con vehemencia, es gratificante saber que existe y que el camino no se extiende hacia un infinito sin sentido.

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