Axel Straschnoy · 02.11.2023 - 29.12.2023

Brave the Heavenly Breezes

texto curatorial

Javier Villa

Breave the Heavenly Breezes

Un hombre blanco de mediana edad fantasea con lanzar una nave al espacio. Aún siendo argentino y sin diplomas científicos en su CV, podría vehiculizar su deseo mañana mismo, ya que sólo necesitaría de un aventón que lo ayude a traspasar la atmósfera. El objetivo de su nave es explorar los confines de la galaxia y el instinto que arrastra su voluntad es, sin dudas, familiar: desde Alejandro Magno, pasando por Cristóbal Colón hasta Elon Musk los hombres blancos de mediana edad venimos cultivando una fuerte excitación por la expedición y la conquista. Pero la vela dorada con la que Axel Straschnoy va a atravesar el vacío estelar, no tiene un imperio por detrás. No carga con cámaras o radares. No tiene tecnologías de transmisión de datos y ni siquiera obedece a una dirección prefijada. Se trata de un flaneur del espacio-tiempo; una abstracción geométrica cuya falta de misión podría abrir agujeros negros para alojar la imaginación.

Tal vez Axel sea uno de los pocos individuos en la actualidad que esté investigando cómo lanzar una vela solar más allá de la atmósfera. El primer registro que conocemos proviene de fuentes de la antigua Grecia: “Al medio día, cuando ya habíamos perdido de vista la isla, se levantó de repente un huracán que hizo girar la nave y la alzó cosa de trescientos estadios, y ya no la dejó caer al mar sino que el viento, empujando la vela e hinchando la lona, la llevaba hacia arriba en volandas. Tras correr por los aires siete días y otras tantas noches, al octavo día divisamos en el cielo cierta tierra enorme, como una isla, brillante y esférica, resplandeciente de luz. Fuimos arrastrados hacia ella, atracamos y desembarcamos. Durante la exploración del país descubrimos que estaba habitado y que había cultivos. Durante el día nada veíamos desde allí, pero al llegar la noche se dejaban ver de cerca muchas otras islas, unas mayores y otras más pequeñas, de color semejante al del fuego, y otra tierra abajo con ciudades, ríos, mares, bosques y montañas. Imaginamos que aquel sería nuestro mundo”. Posterior a los griegos, tal vez el más famoso haya sido Johannes Kepler, que mientras discutía sobre la posibilidad de hallar vida en el sistema que armaban Júpiter y sus cuatro lunas, le aseguraba a su amigo Galileo que “(…) tan pronto como se establezca algún sistema para volar, no faltarán colonos de nuestra especie humana. ¿Quién creería antaño que la navegación por el vastísimo océano sería más tranquila y segura que por el angostísimo golfo del Adriático, por el mar Báltico o por el estrecho inglés? Supón que haya naves o velas adecuadas a los vientos celestes y habrá quienes no teman ni siquiera a esa inmensidad”.

La vela solar para vientos celestes que está diseñando Axel se sostiene bajo fundamentos científicos simples, pero es víctima de una pesquisa material compleja para un proyecto poético por fuera de las agencias espaciales. Realizada con los materiales de aislamiento multicapa dorados que hoy protegen a las sondas y los satélites de la pérdida de calor por radiación térmica, la geometría de marco recortado que Axel lanzará al espacio tardará miles de años en salir del sistema solar, pero movida por la tracción de los pocos fotones que atraparía del Sol, seguiría adelante hasta su degradación. El proyecto Brave the Heavenly Breezes es parte de un proceso de investigación e imaginación contínuo, donde salir al espacio de manera independiente lanzándose en una deriva sin objetivos aparentes puede tomar su tiempo. La independencia y la férrea creencia del gesto poético son decisiones políticas, sobre todo cuando cada miligramo y cada milímetro de tecnología que escapa de la atmósfera está regulado y tiene que tener su función científica. Si el flaneur de Debord reconstruye a la ciudad por su deriva sin destino, el de Axel reconstruye nuestra relación con el Cosmos, que pareciera cada vez más alejada del ciudadano de a pie. Por un lado, lo hace al no ceder la potestad exclusiva del cielo a los multimillonarios extravagantes. El espacio es un terreno tanto de la ciencia como de la economía, pero también de la espiritualidad y la imaginación. La ciencia no es solo un activo del poder económico, como tampoco la religión es la única rama humana que detenta el usufructo de la espiritualidad. Del mismo modo, podríamos pensar que la imaginación no es un bien privativo del arte sino una herramienta inherente a la especie humana que, mezclada con la ciencia y la espiritualidad, podría abrir un camino más inclusivo para vagar por el Cosmos.

En el arte bizantino, el oro simbolizaba la idea espiritual del Cielo. Hoy en día, las sondas espaciales brillan doradas en el vacío negro del espacio, invirtiendo los esquemas de color de figura y fondo heredados. En su deriva, Brave the Heavenly Breezes arrastra desde el temple y el dorado a la hoja de Bizancio hasta el Kapton dorado de la Nasa. Es posible potenciar la imaginación exploratoria teniendo a la ciencia como cómplice de su factibilidad y a la espiritualidad como raíz del viaje. Es decir, es científicamente posible lanzar una deriva espiritual en un mundo desencantado, con el arte como la herramienta capaz de vehiculizarla.

ver más

muestra

otras muestras