Fabiana Imola & Aníbal Brizuela · 16.09.2022 - 02.12.2022

Adentro, las formas. Se mueven solas

texto curatorial

Eduardo Stupía

Adentro, las formas. Se mueven solas.

Desde el punto de vista de la potencia no hay ninguna razón para introducir una diferencia entre el hombre razonable y el hombre demente. No quiere decir esto que tienen la misma potencia, sino que cada uno, en la medida en que está en él, realiza, efectúa su potencia. Cada uno se esfuerza por perseverar en su ser, es decir, efectúa su potencia.

Gilles Deleuze, en medio de Spinoza, Editorial Cactus, Buenos Aires

Esta es una historia de amor; desde hace veinte años Fabiana Imola coordina un taller de arte en el Área Cultural de la Colonia Psiquiátrica “Dr. Abelardo Irigoyen Freyre” en Oliveros, Provincia de Santa Fe, donde participan los pacientes internados. La práctica del arte es una gran herramienta sanadora, pero no es menos aceptada la certeza de que la psicosis, o incluso las variantes menos radicales de esas patologías, son poderosas e irreductibles.

En cualquier caso, mientras Imola desarrollaba paciente y apasionadamente jornadas de dibujo en la misma institución donde se practicaba el taller, alguien todavía sin nombre producía silenciosamente y de manera compulsiva dibujos con biromes de color sobre papeles sueltos y cajas de remedios. Ese alguien era igual a cualquiera de los demás pero raramente diferente, no era exactamente un paciente pero tampoco era otra cosa, en un principio no formaba parte de los grupos de trabajo del taller.

Sus motivos gráficos son inclasificables y codificados, establecidos sobre trazos geométricos a veces rigurosos, a veces distorsionados y arbitrarios. La superficie de la página se crispa cargada de signos, íconos, geometrías, anómalos perímetros figurales, esquemáticos personajes, fisonomías y, muy especialmente, de palabras y frases aparentemente inconexas. A veces incomprensibles y otras notablemente reveladoras, estas frases dibujadas con una caligrafía inédita de apariencia flamígera y rara corporeidad, pueden ser tanto absurdas como alusivas a fenómenos políticos o públicos. Se pueden encontrar términos del léxico clínico propio de prospectos y laboratorios muy frecuentemente imbuidos de un obsesivo misticismo y de una oscura referencialidad.

Imola realizó una tarea de contención y estímulo que incluyó el hecho de aportar los materiales para la producción de esa incansable obra. A su vez, advertía el tipo de vínculo que ese autor mantenía con las distintas personas dentro del hospital. Con una actitud de amorosa minuciosidad detectivesca, Fabiana fue descubriendo detalles de la vida del artista; de cómo inicialmente ayudaba en tareas del hospital, buscando paquetes o cuidando autos, por ejemplo. Mientras tanto, él daba sus dibujos a distintas personas y alguien, afortunadamente más cuidadoso, iba juntándolos. Lamentablemente una buena cantidad de dibujos anteriores, ahora perdidos, habían sido entregados por él a una psicóloga, y también, en medio de alguna mudanza, decenas de dibujos hechos sobre cajas de medicamentos se tiraron. Fabiana Imola desarrolla paulatinamente una azorada relación con este singular personaje y advierte que debe sostenerlo en esa irrefrenable práctica pulsional del dibujo. En ese ejercicio hay algo trascendente e incluso de carácter performático, cualidades que exceden ampliamente la típica clasificación del llamado “Art Brut” o “Arte alienado”.

Llega el momento de relacionarse con el taller y los demás integrantes. Fabiana le muestra cómo otros pacientes participan pintando. Él accede a acudir principalmente a buscar materiales, pero también a hablar de la obra. El acercamiento a ese ámbito de trabajo común y las consecuentes charlas lo indujeron a introducir cambios en las dimensiones de la obra y en la elección de las típicas biromes con las que dibujaba. Partiendo de aquellas con paletas básicas (negro, azul y rojo) pasa a opciones más modernas con colores más variados como los magentas, los verdes y los colores flúo. Junto a la tarea de rescate y cobijo que Fabiana emprendió a medida que fue conociendo esta caudalosa producción fue desarrollando una suerte de práctica clínica, de acompañamiento, lo que conduce inmediatamente a un proceso de validación mucho más amplio de lo que hasta ese momento era: un descubrimiento maravilloso y a la vez incógnito. Imola subraya hoy lo asombroso de ver cómo toda esa obra empezaba a descollar, a hacerse conocida, generando una enorme repercusión y un gran interés en toda una comunidad de artistas.

Es así como en el año 2003 tiene lugar una primera exposición, posicionándolo a él no sólo como artista sino como sujeto. Esto necesariamente coincide con los trabajosos trámites para gestionársele un DNI, documentación de la cual carecía por completo. Nuestro artista ahora tiene un nombre y un apellido: se llama Aníbal Brizuela. Anónimo había ingresado al hospital y anónimo se había mantenido durante cincuenta años. Comienza entonces un período de fenomenal expansión y desarrollo que coincide con el interés del cineasta y documentalista Rubén Plataneo, quien en 2011 estrena la película Tanke Papi. Este film relata la historia de Brizuela y el recorrido e inscripción de su obra en el escenario del arte argentino contemporáneo. En ocasión de esa primera muestra, Brizuela sale por primera vez del hospital y permanece durante la inauguración de pie junto a sus dibujos. A partir de allí, puede decirse que la obra va a sostenerlo a él.

La exposición Adentro, las formas. Se mueven solas que presenta la galería Del Infinito vuelve a poner en escena de la manera mas luminosa y proactiva la polivalente relación de Aníbal Brizuela con Fabiana Imola. El dinámico contrapunto vinculante de las resonancias conceptuales y formales entre la obra de ambos es también el espejo de un lazo espiritual sostenido durante un largo y fructífero período de tiempo. Desde luego, y como ésta es una historia de amor, con su proverbial generosidad Imola le cede a Brizuela el centro de la escena. Allí está entonces el teatro de apariciones fantásticas, constelaciones gráficas y elocuciones ideogramáticas que constituyen la inquietante e hipnótica fisonomía de este apabullante artista. En diálogo íntimo, secreto y a la vez hermosamente sonoro conviven con el universo de Aníbal Brizuela las metálicas corporeidades de Fabiana Imola que, en su cambiante morfología, son al mismo tiempo signo, objeto y personaje.

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