A. Bertotti Burket, C. Sworn, E. Gallardo, M. Schmidt · 24.11.2022 - 01.12.2022

Cúmulo

texto curatorial

Melina Berkenwald

Cúmulo

Las obras de esta exhibición han sido realizadas por cuatro artistas durante un programa de residencia de arte. Cuatro artistas que no se conocían anteriormente, y que compartieron entre dos y tres meses un nuevo suelo donde vivir y trabajar en el (micro) centro de la Ciudad de Buenos Aires. Un suelo-tierra que, de un modo u otro, les ha nutrido, inspirado o interpelado.

Desde un principio la madera, y todo lo que ella conlleva como materia, sustancia y elemento, generó un lazo que unió a Ainelén Bertotti Burket y a Michael Schmidt en sus diálogos y proyectos. Para ambos, ha sido fundante de obras anteriores, y este elemento los atravesó nuevamente en las obras aquí presentes.

En el caso de Michael Schmidt, la madera refiere a los encofrados de la construcción que, como hilvanes intermitentes, aparecen en las calles de esta ciudad. Su obra abraza la materialidad de los listones en bruto en donde lo nuevo se asemeja a lo gastado, con una cualidad virgen, imperfecta, natural y aun conteniendo algo de vida. Conscientemente, pero a la vez desde un lugar intuitivo, el artista ha percibido la fuerza de una ciudad donde nuevas construcciones se levantan sin parar, contrapuestas a tantos sitios cerrados, en venta y alquiler de, sobre todo, el microcentro porteño. Desde ese lugar de cruce entre aquello que decae, para dar lugar a lo que emerge, crece su obra. Listones que se asemejan a huesos de un esqueleto que se aplana como una balsa del río, que se eleva luego como un mástil o una torre, en un sinfín, interminable. Cabe destacar el cuidado que Schmidt ha tenido por cada pieza de esta obra, tallada a mano, una por una, siguiendo el tamaño propio de sus huesos; cada una como el eslabón único de una cadena que busca ser perfecta. Un proceso lento y calculado, de gran paciencia y esfuerzo físico. Cualidades que luego aparecen en la performance que él mismo realiza. Una acción continua en eco directo con su proceso de trabajo, dando vida a la obra, construyendo y reconstruyendo la forma, el eterno retorno, el mito griego de la piedra que (casi) siempre retorna, y que me lleva directamente a otra de las obras aquí expuesta.

Son unidades rocosas las que se agrupan en la pieza de Ainelén Bertotti Burket, pero ya de un modo orgánico. En ellas, es la madera la que hace hogar en cada piedra, siendo ésta última la materia que le brinda su forma como hospedaje, dejándose perforar poco a poco, sin perder tamaño ni peso propio. La artista eligió cuidadosamente cada roca, y trabajó cada pieza de madera como un diamante que también se empalma a la roca como se engasta una piedra preciosa en el metal. Como cofres de secretos o refugios, cada roca, ahora con su pequeño receptáculo de madera, adquiere entidad y carácter propio. Invita a la acción de quien la observa, a abrir un escondite y, quién sabe, encontrar algo. Es a través de esta incisión que el mineral parece hablar y cobrar la vida que hemos olvidado que tenía. Porque hay algo alquímico trabajado desde un lugar diferente, que hace conjugar en la roca sus variabilidades temporales, ofreciendo una especie de caminata háptica a quien la mira. En esta obra el afuera es contenedor y continente. El adentro es el elemento construido que se transforma también en una especie de cuenco, de encastre, que esconde tiernamente un misterio propio. Cada piedra se aparece ahora como gruta de todos los tiempos, y todas ellas parecen una comunidad de amigas que dialogan en voz baja los secretos que guardan y atesoran.

Por su parte, Eric Gallardo ha dado continuidad a un proyecto relacionado al río, con foco en las problemáticas que plantean la deforestación, las quemas y lo que rodea al saqueo de esas

tierras linderas con las aguas. Indagando en pinturas de paisajes realizadas por pintores argentinos de otro siglo, Gallardo las revisa como documentos o retratos y las copia con su lápiz y pincel, reescribiendo cada imagen con intervenciones que dan señales precisas de peligro y destrucción. Pequeñas pinturas condensan el fuego que vemos en sus tonos grises de humo que ha secado el suelo donde las plantas intentarán sobrevivir a la sequía que seguramente las aquejará tanto como a nosotrxs. Es interesante que Gallardo haya elegido intercambiar de un modo particular las técnicas y medios utilizados cuando inició este proyecto. Pues, si bien al principio ha utilizado la fotografía y el video para retratar y dar testimonio de estos hechos, ahora ha sido la pintura, pintada por otro autor, el documento que (como suele ser el registro fotográfico) da testimonio en su opuesto temporal -el pasado- del daño del presente. En esa comparación entre la pintura y la copia de la pintura ahora traspasada por el velo de la situación socio-ambiental actual, la nueva obra actúa como foto de lo que era un documento en el que la mano del pintor es el ojo de la cámara. Y como resultante cada nueva pintura es, en otra línea de análisis, una metáfora cromática que muestra, por ejemplo, lo que deviene de una paleta de hojas verdes y cielo azul celeste a otra de tierras sepias y cielos grises de dióxido y calor.

En esta exhibición caminamos entre construcciones y nubes, asfaltos y ríos, maderas, rocas, torres y esqueletos. Caminamos como Corin Sworn caminó la ciudad y el barrio, encontrando reflejos y estructuras luminosas. Sin duda distinta es la luz del hemisferio sur que desde el primer día recibió a la artista en el taller de la calle Cerrito de la residencia. Allí, su proceso operativo tuvo, desde el inicio, un despliegue de posibilidades donde múltiples materiales, objetos, técnicas y variables, convivieron desde un punto de partida abierto y experimental. Un modo de producción en abanicos de superposiciones de materiales y elementos podría ser una buena forma de retratarlo, para luego llegar a un proceso de edición donde estructuras de luces hacen eco en fotos de la ciudad, en tonos cromáticos de grises metalizados, aparece algo del Río de La Plata en los reflejos que, nuevamente, como metales preciosos o artificiales, atraen la retina de nuestra mirada en las marquesinas abiertas y cerradas de las joyerías de la vecina calle Libertad. A su vez, las poesías que ella escribe son como diálogos interiores de quien está pensando en movimiento. Así, en la obra, un combinado de elementos móviles va conformando un sistema de relaciones con un nuevo lenguaje de formas, colores y texturas. El collage, trabajado de un nuevo modo personal, caracteriza también a su proyecto; como un juego de elementos que van buscando ecos y pliegues donde unirse, amoldarse y destacarse. Quizá del mismo modo en el que la artista se acomodó y familiarizó con el nuevo lugar, siempre mutando en un zigzag de trayectos y posibilidades, caminando.

Existen, entonces, particularidades o especificidades que relacionan a las obras realizadas por lxs artistas durante una residencia de arte. A esta frase le agrego un signo de pregunta y este breve análisis donde es hipotético, pero posible, afirmar que la dinámica y el lugar de la residencia (como casi todo contexto) de algún modo impacta, sin que eso implique necesariamente cambiar la esencia o la identidad de cada quien. Y desde esa coyuntura, facilidad o derrotero, cada artista trabajó en su proyecto. Y así, seguramente, se han contagiado en algo de otros lenguajes, materiales, modos, ideas, técnicas, preguntas, certezas y palabras. Y que así, desde este cúmulo de tiempos y materias, el trayecto que aquí ha comenzado y continuado también continuará.

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