texto curatorial
La tradición geométrica en nuestro país es enorme y son muchos los maestros que viraron el rumbo de la escena del arte nacional, que seamos sinceros, no siempre ha sido la más abierta. Ellos transformaron este campo, volviéndolo más sutil y elegante por medio de la implementación de elementos mínimos y logrando poner en primera plana los aspectos fundamentales de una obra: línea, forma y color.
Cuando a partir de las década del 1940 en Argentina los grupos promotores del arte concreto y la geometría irrumpieron en la escena artística como un torbellino silencioso, siguiendo el mandato de los primero artistas abstractos y alejándose de la idea obvia de representación, plantaron una semilla que desde entonces ha dado los frutos más fantásticos. Ellos lograron que se valorara el refinamiento que caracterizaba sus obras y de esta manera re-educaron y estilizaron la mirada del espectador.
Y a pesar de que desde el surgimiento de estos movimientos ha pasado mucho tiempo, las nociones que desarrollaron descansan hoy en los hombros de una generación de artistas geométricos contemporáneos, tanto emergentes como establecidos, que defienden y continúan esas tradiciones pictóricas. Beto de Volder y Andrés Sobrino lo vienen haciendo hace más de veinte años y por eso son dos referentes que hoy se unen en una muestra que busca priorizar la imagen por sobre todo.
En las pinturas de Andrés Sobrino las figuras geométricas son predominantes. Distinguidas y de un brillo seductor, se posan sobre la superficie del plano donde uno puede encontrar rectángulos, líneas que se entrecruzan, cuadrados o rombos, contenidos por el fondo. Su uso de materiales naturalmente relacionados con la industria permiten que la evidencia de la mano del artista sea casi obsoleta. Aún así se percibe la calidez del hacer artesanal que Andrés deposita, quizás sin quererlo, en cada uno de estos trabajos. La importancia del color es otro factor fundamental en la obra, que en esta ocasión se reduce a un puñado de amarillos, azules, un toque de rosa y el clásico blanco y negro, que dialogan en absoluta armonía. Sus obras proporcionan la exuberante sensación de poder apreciar los aspectos más puros del arte simplemente porque sí.
Para Beto de Volder esta muestra es una oportunidad para volcar sus geometrías blandas al papel (práctica que ya había experimentado) y la tela, a través de figuras poéticas, donde por momentos se pierde la noción de principio y fin, de arriba y abajo. Es como si bajara sus esculturas de la pared para despojarlas y empezar de cero. Al igual que en el caso de Sobrino, son pocos pero efectivos los colores que predominan, por medio de los cuales crea formas minimalistas que flotan en el fondo blanco del papel. Son círculos que se entrelazan para transformarse en una especie de infinito y figuras orgánicas dispuestas de manera tal que uno no termina de distinguir si se trata de geometrías o partes del cuerpo, o porque no ambas.
Pero por sobre todo, esta experiencia busca poner en valor a la imagen por sí misma, ya que como ellos expresaron en algún encuentro, a veces las palabras están de más y el verdadero valor radica en aprender a contemplar la obra y tomar de ella lo que cada uno quiera.
Esta muestra ha sido pensada para ser profundamente mirada.
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